lunes, 13 de agosto de 2012

La Bicicleta



Un amigo. Las historias son siempre de los amigos. El amigo empieza a sentir un pequeño grado de locura, que se le mete entre la piel, recorre sus venas, y sube a su cabeza. El amigo sabe, o supone, porque algo le han dicho, que si la locura quiere hacer de las suyas, nada mejor que leer a Artaud.
Antonin Artaud, verdadero loco entre los locos, en ese difuso límite entre locura y genialidad, donde no se sabe muy bien si es loco porque es genio, o es genio porque es loco, o si primero fue el huevo, o no hay huevo sin gallina.
Gallinas. Van Gogh nunca dibujó una gallina, sin embargo, Artaud no sólo que lidiaba con los mecanismos de su propia mente, sino que además supo reflexionar sobre el otro gran loco.
Van Gogh, el suicidado por la sociedad, así se llamó el texto que le dedicó Artaud. Detengámonos en esa idea del “suicidado”, o en palabras de Artaud:
¿Qué es un verdadero alienado? Es un hombre que elige volverse loco –en el sentido en que se usa socialmente la palabra- antes que traicionar un pensamiento superior de la dignidad humana. Por ese motivo la sociedad se sirve de los asilos (...) ya que un alienado, en realidad, es un hombre al que la sociedad no quiere escuchar, y quiere evitar que manifieste determinadas verdades intolerables.
Intolerable. Así se sentía el amigo, incapaz de relacionarse, pero con una imperiosa necesidad de decir. Tuvo la sana intención de convertirse en escritor. Y para aprender, leyó un libro que se llama Ser Escritor, de Abelardo Castillo. Y luego otros libros, y más libros, hasta que volvió a cruzarse con Abelardo en Desconsideraciones:
Es un hecho por demás evidente que la obra de los llamados artistas locos, como Van Gogh, ejerce una influencia muy grande sobre la sociedad entera: sobre aquellos que somos, o nos decimos, normales (...) ¿Por qué este tipo de obra nos habla con tanta fuerza? (...) ¿Qué es, en definitiva, un loco?
Un loco es un espíritu subversivo o transgresor. Es alguien que molesta a la sociedad, la inquieta, la perturba. Se comporta de una manera no habitual. Da la impresión de hacer lo que quiere, de hablar cuando quiere, y de decir las cosas exactamente en el momento que las piensa. Pero esto, ¿no suele ser también un artista? Un loco tiene percepciones que van mucho más allá de las percepciones normales y que únicamente se diferencia de estas percepciones en su intensidad (...) es alguien que siente, sufre (...) igual que las personas llamadas cuerdas, sólo que se manifiestan en él con un grado de intensidad tan grande que ya no puede manejarlas. Pero esto es también un artista (...) Es posible observar dos características propias del artista loco (...) La primera es la claridad estremecedora que ha tenido para detectar e, incluso, aceptar su propia locura. (...)
La otra característica es puramente estética. Hay algo que domina la obra de los grandes artistas, estén o no locos, y es la necesidad de perfección, de precisión formal. Todos los grandes artistas, locos o no, han tenido algo así como la obsesión maníaca de la forma (....) Basta mirar sin prejuicio los cuadros de Van Gogh, para darse cuenta de que, aún al borde de la demencia, su preocupación por la forma y su dominio de la forma eran inmensos. El tamaño de sus cuadros es la mejor prueba. Van Gogh pintaba cuadros pequeños (...) Es como si a través de la forma intentara contener ese mundo alucinatorio y desarbolado, y consiguiera encajonar su racionalidad dentro de márgenes muy claros para él (...) Que Van Gogh haya pintado cuadros de muy reducida dimensión fue quizá una defensa de su cordura (...) Como si la forma, el trabajo sobre la forma, refrenara de algún modo ese componente irracional que tiene toda creación estética y sirviera de autoterapia, por llamarlo de alguna manera (...)
Nietzche: “lo que no me mata me hace más fuerte”. La salud, entonces, podría definirse como la cantidad de enfermedad que puede resistir un organismo sin que eso lo mate o lo destruya. Del mismo modo cabría pensar la normalidad, en sentido psicológico, como el caudal de locura que es capaz de tolerar una mente sin que eso la enloquezca (...) El arte, entre otras muchas cosas, es quizá una estrategia que utilizan ciertos hombres para defenderse de los llamados de la anormalidad, de esos clamores que oímos todos, de la enfermedad, de la muerte y de la locura.
Pero volvamos al amigo, porque esta es la historia del amigo, obsesionado por la escritura. ¿Y cómo se hace para transformar esa obsesión en un objeto denominado “libro”? ¿Cómo se escribe un libro? ¿Por dónde se empieza? Borges, en su ensayo “Evaristo Carriego”, al comentar la primer obra de Evaristo, “Las misas herejes”, reflexiona lo siguiente:
Todo escritor empieza por un concepto ingenuamente físico de lo que es arte. Un libro, para él, no es una expresión o una concatenación de expresiones, sino literalmente un volumen, un prisma de seis caras rectangulares hecho de finas láminas de papel que deben presentar una carátula, una falsa carátula, un epígrafe en bastardilla, un prefacio en cursiva mayor, nueve o diez partes con un versal al principio, un índice (...), una concisa fe de erratas, unas hojas en blanco (...) y un pie de imprenta: objetos que es sabido constituyen el arte de escribir.
El arte de escribir. En el extraño arte de escribir, en la producción de ese curioso objeto físico denominado libro, siempre es conveniente empezar por el principio, por la tapa, que se supone debe brindarnos alguna pista sobre el texto. Como por ejemplo la tapa de una edición “de bolsillo” de la obra de Artaud, con un cuadro de bicicleta como única ilustración.
La bicicleta, claramente una forma de esclarecer, de lograr una mejor comprensión sobre los textos de Artaud. ¿O no? ¿O simplemente un capricho del editor?
Editor. Editores es lo que faltan, piensa el amigo, mientras fija su mirada en esa tapa, en el cuadro de bicicleta.
Bicicleta, la gran utopía moderna según el antropólogo Marc Auge (Elogio de la bicicleta):
-   En la calle se da el diálogo, la mirada cómplice entre ciclistas y ninguno habla por celular (...) ojalá pueda la bicicleta ser un instrumento discreto y eficaz, de una reconquista de la relación y del intercambio de palabras y sonrisas.
-   El uso de la bicicleta nos permite satisfacer en parte nuestros deseos de levedad. La bicicleta sólo utiliza la fuerza desmultiplicada del cuerpo, permite el ideal de movilidad natural y fluida, permite identificarse con el pez en el agua o el ave en el cielo. Pero a la vez nos impone una conciencia más aguda del espacio y el tiempo (las subidas son subidas) (...) Es una llamada del orden biológico (pone límites).
-   En la bicicleta, el mundo exterior nos ofrece resistencia, pero al mismo tiempo es un espacio de libertad íntima y de iniciativa personal, como un espacio poético, en el sentido pleno y primero del término: como “poiesis” o creación.
-   La bicicleta nos devuelve el alma del niño, nos restituye la capacidad de jugar, pero también nos da el sentido de lo real (como los niños que diferencia su mundo lúdico de la realidad).
Realidad. La realidad es que hay un libro de Artaud, con un cuadro de bicicleta en la tapa, aparentemente de aluminio, con una tuerca marca “Shimano” y con las letras “Antonin Artaud” sobre uno de los rayos, aparentemente girando.
La realidad es que no sabemos, y ni siquiera importa demasiado, porqué ese cuadro de bicicleta en la tapa de ese libro. Pero lo que debería saber el amigo, si de veras quiere ser escritor, es que la realidad y los libros son dos cosas bien distintas. Por suerte y gracias a la existencia de los libros, la realidad a veces también pedalea. 
Andrés Lewin