lunes, 9 de julio de 2012

Se va Román

1.

Roland Barthes fue uno de los grandes pensadores de mediados del siglo XX. En un muy bonito libro que se llama “Del deporte y los hombres” (que también es una película) se propuso reflexionar sobre qué es el deporte, y porqué atrapa tanto a las personas.

En primer lugar, analiza las corridas de toros, que si bien no son exactamente un deporte, tal vez sean el modelo y el límite de todos los deportes: elegancia de la ceremonia, reglas estrictas del combate, fuerza del adversario, ciencia y coraje del hombre.

¿Por qué a los hombres les emociona este espectáculo? ¿Por qué participan tanto? ¿A que viene este combate inútil?

La corrida les dirá a los hombres por qué el hombre es mejor.

Primero, porque el valor del hombre es consciente: su coraje es conciencia de un miedo libremente aceptado, libremente superado.

La segunda superioridad del hombre es su ciencia. El toro no conoce al hombre, pero el hombre sí conoce al toro.

Y hay algo más, el estilo. ¿Qué es el estilo? Es convertir un acto difícil en un gesto lleno de gracia, es introducir un ritmo en la fatalidad. Es ser valiente sin desorden, es dar a lo que es necesario la apariencia de una libertad.

Valor, ciencia y belleza: con esas tres cosas se enfrenta el hombre a la fuerza de la bestia.

Juan Román Riquelme, el torero, ha enfrentado la bestialidad del mundo con esas tres armas, el valor, la ciencia, la belleza.

El valor de enfrentarse a los más encumbrados rivales, de jugar finales, ganarlas, hacer goles en los momentos en que otros no los hacen.

Su ciencia. La pelota no conoce a Riquelme, pero Riquelme sí conoce a la pelota. Vaya si la conoce.

El estilo. ¿Qué es el estilo? Dicen que Mario Yepes, Claude Makelele, algo aprendieron.



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2.

Probablemente no haya un origen de las cosas, al menos es incomprobable. La ciencia, las religiones, se pasan siglos y siglos tratando de buscarle la vuelta, pero no sabemos, no nos consta que haya un origen, aunque los seres humanos necesitamos creer, nos gustan las mitologías.

Y si hay que establecer un origen posible de esta historia, podría uno remontarse al año 1998, cuando un entrenador de fútbol, pelado para más datos, con pinta de científico loco, le pregunta a un joven jugador de fútbol:

- ¿Vos, si podés elegir, de qué querés jugar?
- Y, yo… de enganche.

Ese entrenador era Carlos Bianchi, y ese joven jugador de fútbol era Juan Román Riquelme.

Pero si de mitologías hablamos, Roland Barthes, en el prólogo a otro de sus libros, llamado justamente “Mitologías”, justifica la escritura del libro en el sentimiento de impaciencia ante lo “natural” con que la prensa, el arte, el sentido común, encubren permanentemente una realidad que no por ser la que vivimos deja de ser absolutamente histórica.

O como decía aquel graffiti que se leía en las calles de Buenos Aires en el año 2001: nos mean y la prensa dice que llueve.

Es decir, eso que alguna vez se llamó futbol argentino se está acercando a un triste final, y la prensa sólo nos dice que se va Riquelme.

Seguramente van a seguir apareciendo grandes jugadores, habrá otros mejores, de hecho por ejemplo Messi es superior a todo lo que hayamos visto, con la probable excepción de Diego Maradona.

Pero es el fin de una era, la época en que se jugaba con enganche, que a la pelota se la trataba con cariño y respeto, la desaparición de los ídolos futbolísticos.

Juan Román Riquelme jugó 354 partidos en Boca. No hablemos ya de la excelencia con que jugó la mayoría de ellos, detengámonos simplemente en la cuestión numérica: ¿Cuándo habrá otro jugador del fútbol argentino, por más malo que sea, que se vista 354 veces con la misma camiseta?

* * *


3.

Con la ida de Riquelme, los que hoy merodeamos los 30 años, tenemos la irremediable certeza de que se trata del fin de nuestra infancia, somos conscientes, y nos duele, que aún si se da el milagro de la reconstrucción de algo así como lo que fue el fútbol argentino, ya está, ya no volveremos a tener ídolos deportivos.

En el caso particular de Riquelme, debo confesar que siempre tuve con él una debilidad adicional. Román nació en Junio de 1978. Yo nací en Agosto, dos meses después. Siempre tuve la sensación de que el día que deje el fútbol, algo en mí iba a terminar, porque uno empieza a ser grande y ve a los jugadores de fútbol debutar en primera, hacer goles, retirarse, convertirse en entrenadores, pero con Román es otra cosa, es un par, nació sólo unos meses antes que yo.

Es la infancia que se nos va, uno debe resignarse a aceptar que ya no va a ser jugador de fútbol, habrá que reconstruir los sueños, pero ese sueño primario, eso que le pasa a los niños de este país, esas ganas de jugar en primera, ya no… si Román se empieza a ir retirando es porque el tiempo ha pasado, no queda más alternativa que aceptarlo.

Es que el fútbol, como fenómeno social, por sobre todas las cosas, es un espectáculo para niños, o al menos el niño que conservamos dentro nuestro. Me pregunto si los presidentes de los clubes, los entrenadores, los periodistas deportivos, los mismos jugadores, ¿son acaso conscientes que su público más fiel son los niños?

En mi caso, cuando era pequeño, el fútbol funcionó como un refugio para mi timidez. Siempre tuve problemas con mi pierna izquierda, con la derecha, pero nunca dejaba de soñar con un caño, una gambeta, metía tantos goles en las noches que ni les cuento.

No sólo eso, también pasaba horas y horas jugando a algo que se llamaba “taca-gol”, que eran unas fichas redondas que se disponían sobre el piso y hacían las veces de jugadores de fútbol. Armaba una cancha que ocupaba casi toda la pieza. En ese juego, algunas veces jugaba con algún amigo, pero por lo general jugaba sólo, movía las fichas de los 22 jugadores, era local y visitante a la vez, creaba torneos, armaba las tablas de goleadores, había ascensos, descensos, tenía carpetas con las tablas de posiciones, las formaciones de los equipos, el historial año por año, etc.

En River jugaban el Negro Enrique, Alzamendi, más algún que otro amiguito mio. Pero en Boca estaban Comitas, el Chino Tapia, y con la 7 jugaba Andrés Lewin. Que era el goleador, por supuesto.

En otros países, seguramente los niños tengan sueños más interesantes, pero aquí, en Argentina, en Buenos Aires, muchos niños hemos soñado con el fútbol, hemos decorado las paredes con los posters de Batistuta, del Beto Márcico, del Mono Navarro Montoya.

Por eso nos duele mucho la ida de Román, por que uno no puede dejar de preguntarse quien será el próximo poster. ¿Pablito Mouche? No, que me disculpe Pablito, no es con él la cosa, pero uno tiene la impresión que se viene la era de los desangelados, y por eso también uno lo quiere tanto a Román, es la última resistencia, alguien que siente, sufre, igual que cualquiera de nosotros, sólo que con mayor intensidad.
 

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4.

¿Por qué Riquelme? ¿Por qué Riquelme y no otro?

En el año 2000, cuando todavía Riquelme no había alcanzado la estatura mítica posterior, Roberto Fontanarrosa lo definió así en una preciosura de libro que se llamó “No te vayas campeón – Equipos memorables del fútbol argentino”:

Quizás el último de los pisadores, una característica hoy escasa pero que viene de mucho antes (…) Esa especialidad que hace que el jugador, más que correr con la pelota, camine sobre ella, como algunos perritos amaestrados en los circos. Lo primero que hace Riquelme cuando recibe una pelota es ponerla bajo la suela. Como precaución, para que no se escape, para que se calme, para que se sosiegue. Y así la trae, la amasa para acá, la frena, la saca hacia el otro lado, la muestra, la esconde, mientras que con los brazos y el culo mantiene alejado al marcador, si es que lo tiene a sus espaldas.

Es un infierno quitársela, aunque para el rival la pelota pareciera estar siempre tentadoramente cerca. Pero si Riquelme se quedara sólo en eso, en el escamoteo corto, correría el riesgo de convertir su juego en un malabarismo inútil. Riquelme va mucho más allá. La pide siempre, la busca, recorre el campo horizontalmente de lateral a lateral procurando destaparse y tiene una pegada fantástica. No es tan vertical cuando encara, ni demasiado veloz, pero puede cambiar un partido, asumir la responsabilidad de tener la pelota, y fundamentalmente, sostener la fama de la pisada a la cual tanto han aportado los jugadores argentinos.

Repito parte del último párrafo: puede cambiar un partido, asumir la responsabilidad de tener la pelota. Insólitamente, muchas personas que simplemente miran partidos de fútbol por televisión, son capaces de afirmar, con absoluta liviandad, que Riquelme es “pecho frío”. Como si esas personas que lo afirman realizaran su trabajo frente a 50.000 personas, más otras millones en los televisores.

También hay quienes dicen que es un divo, una persona conflictiva. Si bien uno no lo ha conocido personalmente, y el periodismo deportivo no suele ser una fuente muy confiable, todo parecería indicar que algo de cierto hay, que las habladurías tienen algún basamento en la realidad.

¿Pero cómo no serlo? ¿Cómo no ser un hombre complicado, atormentado, si es alguien que tiene el fútbol entero en la cabeza?

Es complejo, pocas mentes humanas son capaces de tener un conocimiento absoluto sobre algo, cualquiera sea ese “algo” y no ser una mente tormentosa, difícil para la sonrisa.

Así y todo, a Riquelme, como hombre público, no recuerdo que se le hayan escuchado declaraciones fuera de lugar, desubicadas para su lugar en la sociedad.

Los grandes artistas, cómo los locos, incomodan, por algo son artistas.

Abelardo Castillo, escritor argentino, en un libro que se llama “Desconsideraciones”, plantea la cuestión:

¿Qué es, en definitiva, un loco? Un loco es un espíritu subversivo o transgresor. Es alguien que molesta a la sociedad, la inquieta, la perturba. Se comporta de una manera no habitual. Da la impresión de hacer lo que quiere, de hablar cuando quiere, y de decir las cosas exactamente en el momento que las piensa. Pero esto, ¿no suele ser también un artista? Un loco tiene percepciones que van mucho más allá de las percepciones normales y que únicamente se diferencia de estas percepciones en su intensidad (...) es alguien que siente, sufre (...) igual que las personas llamadas cuerdas, sólo que se manifiestan en él con un grado de intensidad tan grande que ya no puede manejarlas. Pero esto es también un artista.

Juan Román Riquelme es un hombre con una intensa percepción de lo que es una pelota, una cancha de fútbol, y en el excelso arte de la pisada, uno de los más ilustres pisadores de los últimos siglos.

* * *

 

5.

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, bajo el seudónimo Honorio Bustos Domecq, en el año 1967 publicaron un cuento que se llamó “Esse est percipi”, donde plantean un posible futuro donde ya no hay “score” ni cuadros ni partidos. Los estadios son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio (…) El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de Junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un sólo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.

Así como la invención de Internet se le parece bastante a la “Biblioteca de Babel”, parecería ser que una vez más el viejo Borges algo sabía, porque con la ida de Riquelme, los hinchas de Boca tenemos una sensación de vacío, de que en el fútbol argentino se viene la nada, partidos de fútbol in-mirables, donde ya no hay más juego, ni pases de pelota entre compañeros, donde sólo queda la cáscara, el denominado “folklore”, como si se tratara de un envase donde adentro sólo hay aire.

Borges, en otro de sus cuentos, “Funes, el memorioso”, reflexiona sobre un improbable personaje, Ireneo Funes, de memoria absoluta, que no sólo recordaba cada hoja de cada árbol, de cada monte, sino cada una de las veces que las había percibido o imaginado.

El gran problema de Funes, su infelicidad, era su incapacidad para el olvido. Quien esto escribe, algo tendrá que olvidar, porque el mundo sigue andando, y por ahí hasta es positivo que los niños dediquen el tiempo a otros sueños y no se enganchen en un deporte rodeado de tanto negociado, tanta miseria humana.

Pero quédese tranquilo amigo Juan Román, que algo seguiré recordando, esta tristeza se niega al olvido, y por otro lado, la cosa no es sólo con usted, es un problema mucho más profundo, porque como decía Artaud, la batalla, la verdadera batalla, es entre los mantenedores de una humanidad digestiva, y el hombre de voluntad, de voluntad pura que avanza.