jueves, 12 de septiembre de 2013

Mi bobe



Nada más mentiroso que una autobiografía. Los recuerdos se viven o se sueñan, aunque luego se distorsionan con la propia mirada, a veces condescendiente, a veces tiránica. Esa mirada funciona cual diario del Lunes, recordando gambetas y olvidando patadas, o peor, recordando patadas y olvidando gambetas.
Pero de una u otra forma, la autobiografía no deja de ser un simple relato, por más bello que sea. No importa lo verdadero, importa lo verosímil. Así somos los humanos, nos gusta creerle al que cuenta, más aún si el cuento empieza con la palabra “yo”.
Yo, Andrés Lewin, he aprendido en las películas sobre la mafia, que “el que avisa no traiciona”. Aviso entonces: lo que van a leer a continuación es pura ficción. Mi propio recuerdo, real o inventado, quien sabe.
Voy a contarles una ínfima parte de lo que soy, como si tuviera la capacidad de observar en el microscopio una de las gotitas de sangre que circulan por mis venas. Una sola, bien pequeña, como son todas las gotitas.
Esta gotita es la raíz desde donde crece el árbol de mi escritura. En la gotita, y para no aburrirlos y contarles sobre el siglo XVII, aparece mi bisabuela. No voy a decirles su nombre, no porque no lo sepa, sino porque cuando ayer estuvimos charlando en la nube, me recordó que ella es pudorosa y no le gusta la fama. Mi bisabuela escribía poesía en un diario en Idish.
En la gotita también aparece mi bobe Masza. Artista, dibujante. Mucho más pudorosa que mi bisabuela. Tanto que sólo ella y yo sabemos que fue artista.
La semana pasada, fui a la casa de mis padres a buscar un libro que leí de pequeño, de Laura Devetach. La cuestión es que estoy tratando de aprender a escribir mejor, entonces intento leer mucho, más aún lo que leí de niño. No lo encontré al libro, pero revolviendo entre las miles de cajas que aún guardan mis padres, encontré “LA” caja.
“LA” caja estaba llena de dibujos que mi abuela pintó de niña cuando aún vivía en Polonia, antes de venirse a la Argentina a sus 11 años.
Como muchos inmigrantes que escapaban del hambre de Europa, mi abuela se vino con muy pocas pertenencias, tan sólo lo que podía guardar en su mínima valija de cartón. Entre las muy pocas pertenencias, eligió sus dibujos.
Pudo haber traído más ropa, o algún juguete, o elementos de utilidad como hilos y agujas de coser, lo que sea, pero eligió sus dibujos, que estuvieron guardados por muchos años hasta la semana pasada. 
Los artistas son así, el arte por sobre todas las cosas. Y hoy día, mientras escribo esto que escribo, yo sé, porque lo sé, que mi abuela sigue dibujando en cada una de estas palabras.






miércoles, 17 de julio de 2013

UNA CARTA


De los posibles géneros de escritura, creo que mi favorito es el "género epistolar", disfruto mucho escribiendo "cartitas". Pero no soy el único, porque si bien en este siglo que nos toca muchos olvidan de su letra cursiva, probablemente sea la época de la humanidad en que mayor cantidad de cartas se escriben. Ya sin el “aura” de una letra desprolija, o un determinado olor de una hoja, pero cartas al fin y al cabo. A continuación, podrán apreciar una de mis últimas “cartitas” a una bonita pareja de amigos, recientes padres para más datos.



Amigos:

Hace un par de días ví un documental donde Litto Nebbia cuenta cómo compuso el tema "La Balsa".

En resumen, la historia es que los loquitos lindos que inventaron el Rock en Castellano, cuando terminaban sus noches, se quedaban desayunando en el bar La Perla, frente a Plaza Once. Se juntaban ahí, lisa y llanamente, porque a la madrugada era de lo poco que quedaba abierto en la ciudad.

"La Balsa" surge justamente en el Bar La Perla, cuando Tanguito le pide a Litto Nebbia que lo acompañe al baño con una guitarra, porque quería mostrarle algo que se le había ocurrido. Tanguito empieza a tararear "estoy muy sólo y triste / en este mundo de mierda".... y Litto aprovecha para cambiar la palabra "mierda" por "abandonado", y así de a poco van armando la canción entre los dos.

¿Cuál es? ¿A que viene esta historia?

Todo tiene que ver con todo en este universo, y un rato después de ver el documental, recibí un e-mail con fotos de su hija querida.

Ese pibe Tanguito la estaba pasando mal, aunque en ese "pasarla mal", por una extraña combinación de los astros, logra transmutar el "sólo y triste" en una preciosura de canción. Lo bonito de esa canción, es que no se queda en el "estoy sólo y triste", sino que se propone "conseguir / mucha madera / ... conseguir / de donde pueda".

Mucha madera pa´ construir, construir... aún en el peor de los días, cuando todo parece derrumbarse, construir, construir...

Y ustedes, mis amigos, por uno de esos milagros de la naturaleza, nueve meses después de un "chingui-chingui", una cosita hermosa les ha nacido al mundo... ¡maravillosa y delicada construcción!

Lo que han construido, esa semilla que ha germinado, ahora a regarla días tras día. Y la planta va a crecer, crecer, y por un largo tiempo, ustedes van a ser su guía, su escudo, su defensa frente al mundo.

Divina responsabilidad, enseñarle a mirar a una personita. Pero también, mis amigos, ustedes se han construido, con mucha madera, su propio escudo frente al mundo. A partir de ahora, tienen quien los defienda, quien le va a dar un sentido aún a los días tristes. Y en el diario aprendizaje, van a tener la oportunidad de adquirir mayor sabiduría, de entender lo profundo de la condición humana, que simplemente somos seres que queremos comer, dormir, reír...

Y dentro de muchos años, cuando esta dulzura ya no sea tan dulzura, cuando aparente no quererlos, se les rebele... paciencia, sólo paciencia, ese será el momento en que la niña comience su propio y personal camino de sabiduría, y así empezar a entender, poquito a poco, que entre todas las cosas que somos, ante todo somos AMOR.

Sí, también por el encuentro de dos cuerpos, también por eso, pero principalmente porque nos han dado de comer, nos han limpiado la caquita, y nos han protegido frente al mundo abandonado. Con mucha, mucha madera...

Los abrazo con los brazos.

Andrés

miércoles, 23 de enero de 2013

CABALLERO DE FINA ESTAMPA




Hay libros que se leen en el momento en que hay que leerlos, y hay otros que no, llegan tarde, o demasiado temprano. Nunca supe muy bien distinguir cuando algo es literatura, o no lo es. Los libros me gustan o no me gustan, me conmueven o me resultan indiferentes, puede ser desde tonta poesía, hasta cuentos de fútbol, novelas juveniles, o libros de filosofía.

“El caballero de la armadura oxidada”, de Robert Fisher, es de esos libros que he leído en el momento en que hay que leerlos. Es una pequeña fábula sobre un caballero “que vivía en una tierra muy lejana, hace ya mucho tiempo. El caballero hacía todo lo que suelen hacer los caballeros buenos, generosos y amorosos. Luchaba contra sus enemigos, que eran malos, mezquinos y odiosos. Mataba dragones y rescataba damas en apuros.”
El caballero era el número uno del reino, se pasaba el tiempo ganando batallas, matando dragones y rescatando damas en apuros. Tenía una familia, compuesta por su mujer, Julieta, y su hijo Cristobal. Pero el caballero los veía poco, “cuando no estaba luchando en alguna batalla, estaba ocupado probándose su armadura y admirando su brillo. Con el tiempo, el caballero se enamoró hasta tal punto de su armadura que se la empezó a poner para cenar, dormir, hasta que ya ni se tomaba la molestía de quitársela para nada”.
Un día la mujer le dice: “creo que amas más a tu armadura de lo que me amas a mí”. El caballero reacciona, intenta sacarse la armadura, pero no puede, ya es parte de su cuerpo.
Le pide ayuda al mejor herrero del pueblo, el más fuerte, pero no hay caso. Decide entonces emprender un viaje para encontrar quien pueda ayudarlo a quitarse la armadura.
En ese recorrido, al primero que se cruza en el camino es al bufón del rey, quien le dice “A todos, alguna armadura nos tiene atrapados. Sólo que la tuya ya la has encontrado”, y le sugiere que el único que lo puede ayudar a quitársela es el mago Merlín.
Comienza un largo peregrinaje a traves del bosque, buscándolo a Merlín. Sufre , no está preparado para sobrevivir entre tanta naturaleza. Luego de mucho trajinar, se encuentra con el mago:
-        Lo he estado buscando – dice el caballero-. He estado perdido durante meses.
-        Toda tu vida lo has estado – le contesta el mago.
-        No he venido hasta aquí para ser insultado.
-        Quizás siempre te has tomado la verdad como un insulto – le dice Merlín.
-        (…)
-        Sos muy afortunado, estás demasiado débil para correr.
-        ¿Y eso qué quiere decir? – pregunta el caballero.
-        Una persona no puede correr y aprender a la vez.
El caballero no tiene fuerzas para contestar, se encuentra agotado, con mucha sed. Merlín le ofrece un extraño líquido:
-        ¿Qué es?  – pregunta el caballero.
-        Vida.
-        ¿Vida?
-        Sí -contesta el mago-. ¿No te pareció amarga al principio y, luego, a medida que la degustabas, no la encontrabas cada vez más apetecible?
-        Sí, los últimos sorbos resultaron deliciosos.
-        Eso fue cuando empezaste a aceptar lo que estabas bebiendo.
-        ¿Estás diciendo que la vida es buena cuando uno la acepta? -preguntó el caballero.
-        ¿Acaso no es así? -replicó Merlín, divertido.
-        ¿Esperás que acepte esta pesada armadura?
-        Ah -dijo Merlín-,  pero vos no naciste con esa armadura.
El caballero continuó en el bosque, poco a poco se fue haciendo amigo de pájaros, ardillas, hasta que de pronto lloró:
-        Con esas lagrimas, diste el primer paso para liberarte de la armadura -explicó Merlín-. Es hora de que te vayas.
El caballero no sabía para donde ir. Merlín le explica que si quiere quitarse la armadura, debe recorrer el sendero de la verdad, que se irá volviendo cada vez más empinado a medida que se acerque a la cima de una lejana montaña. En el camino, deberá cruzarse con tres castillos: el primer castillo de nombre “silencio”; el segundo “conocimiento” y el tercero “voluntad y osadía”.
El recorrido lo hace junto un pájaro y una ardilla. Poco a poco comienza a entenderse con los animales, a conversar con ellos. La ardilla le dice:
-        El castillo del silencio está justo detrás de la próxima subida.
El caballero se siente decepcionado, esperaba una estructura más elegante, y el castillo del silencio es pequeño, sin nada llamativo.
-        Cuando aprendas a aceptar en lugar de esperar, tendrás menos decepciones -le dice el pájaro.
-        Estoy empezando a pensar que los animales son más listos que las personas -contesta el caballero.
-        No creo que esto tenga nada que ver con ser listos. Los animales aceptan y los humanos esperan. Nunca oirás a un conejo decir: “Espero que el sol salga esta mañana para poder ir al lago a jugar”. Si el sol no sale, no le estropeará el día al conejo. Es feliz siendo un conejo.
STOP.
Hasta aquí llega mi resumen del relato, la historia de como el caballero finalmente logra quitarse la armadura. Podría continuar, contarles todas y cada una de las peripecias del caballero en el sendero de la verdad, o incluso podría inventar brillantes teorias sobre magos, caballero, animales.
Pero mi intención -sana, por cierto- es que alguno de ustedes lea este libro, así que les pido disculpas, pero no les contaré el final. Tampoco voy a caer en lo que Ranciere llama “el velo que el sistema explicador pone sobre cualquier cosa simple”.
“El caballero de la armadura oxidada” no se trata, precisamente, de un libro que me haya resultado  indiferente. Y si usted, amigo lector, está esperando alguna conclusión, algo que traiga luz sobre este bonito libro, no olvide que eso es esperar, actitud típica de los humanos.
Andrés Lewin